¿Cuál es tu trufa preferida?

Wednesday, March 26, 2008

Querido Luis Ernesto,

Dame las gracias. Hace unas semanas me llamó Billy, abatido. Reconoció que él de universidades no entiende y que ya no tenía a quién poner como rector en esa pequeña y ya nada prestigiosa universidad en Puebla. Como su llamada interrumpió mi partida dominical de ajedrez, la respuesta me daba lo mismo. Le recomendé a uno de los polis disfrazado de licenciado, a Doña Concha, la de las cemitas, o a Derbez. Por eso estás a punto de tomar posesión como rector, porque un viejo te confundió con tu sobrino, el de la tele. Yo pensé en él por la situación tragicómica de la universidad. Anyway…

¿Ya sabes dónde te metiste? ¿No le habrás creído a Billy que llegas a una de las mejores universidades del país? Él es propenso a esas bromas y ya sabes que el CIDE no está buscando rector.

Estaba hace unos días en la Marco Polo Suite del Peninsula Hong Kong y para hacer tiempo mientras llegaba Titiang, mi masajista balinesa, marqué al 229-2001 preguntando por ti. La persona que me atendió, probablemente algún becario reinstalado, no sabía quién eras. Dije, en tono fuerte, “Es el rector” y el alumno se atrevió a corregirme: “¿Quiere hablar con el Lic. Langdon?” “¿Langdon? ¿Licenciado? Yo no quiero hablar con un licenciado. Yo quiero hablar con un rector”.

“Y además–pregunté- ¿Langdon no es el protagonista del Código Da Vinci?... ¿Qué hace otro personaje de ficción en la rectoría?” Como el alumno no había leído nada en los últimos cuatro años, no entendió mi duda y me transfirió la llamada. Unos segundos después, estaba conversando con ese tal Langdon, el licenciado.

Para serte franco, después de haber cenado la noche anterior con Gabriel García Márquez y Kenzaburo Oe, mi conversación con este muchacho exiliado fue algo antierótico.

Afortunadamente llegó Titiang y comenzó el masaje. ¿Quién le enseñó a hablar a Langdon? ¿Con quién acostumbra dialogar? ¿Con albañiles? Lo peor no es que le cueste articular las palabras--también le he perdonado a Kissinger sus deslices lingüísticos--sino que su razonamiento es simple: no habla bien porque piensa mal. ¡Todo un político mexicano!

Así y todo, este hombrecillo me comentó que los ajustes que hizo “eran necesarios pal bien de luniversidá”. Por eso congeló los pagos a docentes de tiempo parcial y anunció despidos de profesores de tiempo completo en los próximos meses. Quería que entendieran que ahí se va a trabajar y no a viajar a congresos y publicar en revistitas, que las clases a distancia son el negocio del futuro, mínimo esfuezo y dinero fácil. No niego que yo mismo he hecho una apología del “mínimo esfuerzo y dinero fácil”, pero al menos yo hablo cinco idiomas –y mi cantonés ya es mejor que su español.

Las manos de la masajista balinesa estaban llegando a una parte interesante y este tipo no se callaba. Creo que mencionó algo sobre cancelar becas y prohibir el acceso al campus de todo estudiante que no manejara un coche del año con la tenencia pagada. Te seré sincero. El calor del aceite resbalando sobre mi abdomen me interesaba más que su bla bla bla. Como ruido de fondo, me pareció escuchar a Langdon. “¡Ni los alumnos, ni los padres, ni los profesores, ni los administrativos entendieron medidas tan lógicas!”, lamentaba. Sólo lo apoyaron el cabo primero del departamento de seguridad, un tal Samuel Kim Il Sung o algo así, y un junior que le entra a las computadoras y los cochecitos de juguete. A este punto, Titiang había entrado como en trance. Hacía movimientos que serían el sueño reprimido de alguna musicóloga insatisfecha y lacrimógena. Mientras sentía los dedos de Titiang, pensé en ella, aquella profesora… en sus clases de Kierkaagard… en su exilio lejos de Cholula…. y ahí acabé (con la conversación).

El predecesor precioso de Langdon sí me caía bien. Sus caprichos, comparados con los míos, son más insignificantes que las sentencias de la Corte Suprema de México, pero tenían su gracia. No sabes cuán grande fue mi placer cuando me enteré que logró huir a París. Me removía el intestino grueso imaginarlo en una prisión poblana, con ese uniforme a rayas tan, tan.... monótono. Como un diseño de Montalvo, un cuervo en una jaula.

No es lo mismo ir de vacaciones al George V que tomar el sudoroso y maloliente metro para acudir a una oficina estrecha en una universidad francesa. Además, ser investigador pasante no es precisamente el cargo ideal para llegar al Nobel, no sé si me entiendes.

Sospecho que Pedro Ángel está desesperado. Estaba yo saliendo de mi departamento en el 5ème arrondissement persiguiendo a mi vecina cuando me abordó el flacucho literato para pedirme trabajo. Odio las interrupciones. Pero fue insistente: se puso de rodillas y empezó a llorar (de nuevo, veo que tiene la lágrima fácil). Por lástima, le ofrecí dos opciones. Que le dé unas clases de francés a mi cocinera, que sigue preparando mal el gruyere soufflé y no puedo perdonárselo. O que supervise la construcción de la alberca olímpica en mi mansión de Huatulco y de una perrera nueva para dos pekineses viejos que no puedo sacarme de encima: Luisa y Guillermito.

No me gustaría que acabaras como él. Ni como el último diplomático que pasó por ahí y que salió chafa. Sólo para que veas: creyó que de Cholula iría a París y terminó de Sandokan en algún país de las antípodas. No confíes en nadie. Y menos en los que se ofrezcan a formar parte de tu equipo.

¿Por qué confiar en mí? Como alguna vez dijo Sir Francis Bacon: “Old wood best to burn, old wine to drink, old friends to trust, and old authors to read”. Pregunta por allí y verás que soy un viejo amigo de esta casa. Y nunca olvides leerme.

Que la prosperidad no deje de llamar a tu puerta.

Aquiles Espadas

PD/Para que sepas más de mí y veas en qué cosas pierde el tiempo mi secretario: aquilesespadas.blogspot.com